viernes, 4 de enero de 2008

Qué frío hace en Terrassa


No hubiera imaginado al empezar el día que acabaría la noche en la ciudad egarense. No es que sea como acabar en Luxemburgo, por decir algo, pero pensándolo fríamente, al menos me sorprendió cómo transcurrió todo.

Pero es lo que dicen, que los mejores planes son aquellos improvisados. Debe ser verdad, porque en realidad fue un buen plan, y una buena noche. Mañana light. Muy light, a decir verdad. Y si no llega a ser porque se acerca la cojonera fecha de la noche de Reyes, creo que era un día para quedare en casa. Es lo que tiene tener fiesta un jueves de enero, de lluvia y de mucho frío. Total, la tarde se pasó volando en uno de estos centros comerciales en los que entras y ya sabes que te vas a encontrar. O más bien, qué no vas a encontrar. Justo lo que andas buscando, en efecto. Tuve un golpe de suerte y lo esencial pudo ser adquirido. Pero te queda el mal sabor de boca de pensar que después de pasarte toda la santa tarde dentro de aquella superfície tan grande, todavía tengas que rondar por más sitios en busca del regalo perfecto.

Que no se me malinterprete. Me encanta hacer regalos, más que recibirlos en verdad. Me gusta ver el rostro de la otra persona, de cómo mueve las manos ágilmente en busca de un huequecito por el que asomar la nariz antes de hacer trizas el papel. Pero odio las colas, los dependientes incompetentes y las prisas que suele llevar la gente cuando llegan estas fechas. No me va a salir un regalo del culo si me empuja, señora.

En fin, al tema. Terrassa. Qué frío que hace en Terrassa. Durante el trayecto desde Barcelona en coche, ya se veía poco gracias a la niebla y el dichoso capricho de la naturaleza de hacer reacción cuando dos temperaturas muy distintas entran en contacto. Ni el climatizador ni los cleanex hacían que se desempañara la luna del coche. Un show. Y una vez allí, los que necesitábamos un cleanex éramos nosotros. Por el catarro que íbamos a coger, más que nada. Menos mal que se inventaron las cervezas y locales con calefacción. Imaginen donde nos pasamos toda la noche. Pues eso.

La Heineken cayó primero, junto a una tapica de tortilla de patatas de rechupete. En la cena, una Estrella. Su mezcla con los tallarines con chocolate fue explosiva. Y aquel local de buenas referencias, de cuyo nombre no puedo acordarme, volaron una, dos y tres Budweiser. En la discoteca, qué mejor que la nacional San Miguel para rematar la noche.

- ¿Qué hora es?
- No son ni las tres.
- ¿Os quedáis a dormir aquí?
- No, no, gracias, pero preferimos bajar a Barcelona. Que mañana hay que seguir comprando regalos.
- ¿Seguro? ¿Ya estáis bien para conducir?
- Síííí... Si no hay controles vamos de puta madre.
- Yo he traído alcoholímetros. Si quieres soplamos, a ver que tal.
- No, no. No soples ahora que seguro que damos. Ya si eso, otro día.

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